La mochila rosa

04 noviembre, 2013



Un día, cuando regresaba del trabajo, noté un pequeño bulto rosa tirado en el césped a un lado de la escalera de entrada del edificio donde vivía. Al acercarme para ver mejor el objeto, noté que se trataba de una pequeña mochila rosa que seguramente debía pertenecer a una niña. Lo extraño era que en el edificio no había niños, pues la renta era costosa y la portera tenía reglas estrictas acerca del ruido y la limpieza.

Me venció la curiosidad y recogí la mochila, decidí llevarla a mi departamento para poder ver si en su interior había alguna pista que pudiera llevarme a su propietario. En la mochila había tan sólo crayones, lápices y un montón de hojas sueltas. Parecía tratarse de un diario, elaborado con grandes letras y dibujos infantiles. Al mirar los dibujos con detenimiento, me llevé una inquietante sorpresa, pero lo que el texto describía era mucho más perturbador*:

Ickbarr Bigelsteine

Cuando era niño, me aterraba la oscuridad. Aún hoy me provoca escalofríos, pero cuando tenía seis años, no había una sola noche en que no llamara a mis padres llorando, sólo para buscar al monstruo que se ocultaba bajo la cama o dentro del clóset, esperando la ocasión para devorarme.

Incluso con una lámpara de noche, veía formas oscuras moviéndose por las esquinas de la habitación o caras extrañas mirándome desde la ventana. Mis padres hacían lo posible para consolarme, diciéndome que eran sólo pesadillas o efectos raros que producía la luz, pero mi mente infantil creía que en el momento en que me quedara dormido, las cosas malvadas me atraparían.

La mayor parte del tiempo, simplemente me escondía bajo las cobijas y esperaba que el cansancio me venciera. Pero indudablemente perdía el control y corría gritando al cuarto de mis padres, despertando a mis hermanos en el proceso. Después de un episodio de esos, no había manera de que alguien pudiera volver a dormir en toda la noche.

Finalmente, después de una noche particularmente traumatizante, mis padres decidieron que ya habían tenido demasiado. Desafortunadamente para ellos, era inútil discutir con un niño de seis  años y terminaron por entender que no podrían ayudarme a superar mis temores infantiles a través de la razón y la lógica. Por eso tuvieron que manejarlo con astucia.

Mi madre tuvo la idea de confeccionarme un compañero para la hora de dormir.

Ella recolectó todo tipo de retazos de tela y con ayuda de su máquina de coser, creó lo que después llamaríamos Ickbarr Bigelsteine (se pronuncia “ícbar bíguelstain”) o Ick para abreviar. Ick era un monstruo de calcetines, según mi madre, y estaba hecho para mantenerme a salvo mientras dormía, asustando a los otros monstruos.

Honestamente, aún hoy me sigue impresionando el hecho de que mi madre pudiera idear algo tan extraño y darle una apariencia tan inquietante. Ickbarr tenía el aspecto de la mezcla entre un gremlin y Frankenstein, con grandes ojos de botón y orejas de gato caídas. Sus bracitos y piernitas estaban hechos de un par de calcetines con franjas blancas y negras que pertenecieron a mi hermana, y la mitad verde de su cara era en realidad una calceta de soccer de mi hermano. Su cabeza podría describirse como bulbosa, y para hacer su boca, mi madre había cosido un pedazo de tela blanca y sobre él había dibujado un patrón en zigzag, formando una amplia sonrisa con colmillos afilados. Lo amé en cuanto lo vi.



Hora de Dormir

20 agosto, 2013

Se supone que la hora de dormir debe ser un momento feliz para un niño cansado, pero para mí era una experiencia aterradora. Mientras algunos niños pueden quejarse por ser enviados a la cama antes de que hayan terminado de ver una película o jugar su videojuego favorito; cuando yo era un niño, la noche era algo que me causaba verdadero terror. En algún lugar de mi mente, lo sigue siendo.

Como alguien que ha sido instruido en las ciencias, no puedo demostrar que lo que me pasó fue objetivamente real, pero puedo jurar que lo que experimenté fue terror genuino. Un miedo que en mi vida, me alegro de decir, nunca ha sido igualado. Voy a relatarles todo lo mejor que pueda; tómenlo como quieran. Yo estaré contento con sólo sacarlo de mi pecho.

No puedo recordar exactamente cuándo inició, pero mis problemas para conciliar el sueño parecían relacionarse con el hecho de haber sido trasladado a un dormitorio propio. En ese entonces tenía ocho años de edad y hasta ese momento había compartido una habitación con mi hermano mayor. Como es perfectamente comprensible para un niño cinco años mayor que yo, mi hermano finalmente pidió una habitación para él solo y, como resultado, se me entregó un cuarto en la parte trasera de la casa.

Era una habitación pequeña, estrecha, y sin embargo extrañamente alargada, lo suficiente como para alojar una cama y un par de muebles, pero no mucho más. Realmente no podía quejarme; incluso a esa edad, comprendía que no teníamos una casa grande y no tenía ningún motivo válido para estar decepcionado, puesto que mi familia era tanto amorosa como protectora. Fue una infancia feliz…  durante el día.

Una ventana solitaria daba a nuestro jardín trasero, nada fuera de lo común, pero incluso durante el día, la luz que se colaba en esa habitación parecía casi vacilante.

Mientras que mi hermano recibió una nueva cama, a mí me dieron la litera que solíamos compartir. Aunque me sentía mal por tener que dormir a solas, estaba emocionado ante la idea de poder dormir en la cama de arriba, lo cual me parecía algo realmente audaz.

Desde la primera noche, recuerdo una extraña sensación de malestar abriéndose paso desde lo más profundo de mi mente. Me tumbé en la cama de arriba, observando mis figuras de acción y mis coches regados sobre la alfombra azul. Mientras se desarrollaban batallas y aventuras imaginarias entre los juguetes del piso, no podía evitar sentir que mis ojos estaban siendo lentamente arrastrados hacia la litera de abajo, como si algo se moviera en el rabillo del ojo. Algo que no quería ser visto.

La cama estaba vacía, hecha impecablemente con una manta azul oscuro que cubría parcialmente dos almohadas blancas algo flácidas. No reflexioné más sobre ello en aquel momento, era un niño, y el ruido de la televisión de mis padres deslizándose por debajo de mi puerta me envolvía en una cálida sensación de seguridad y bienestar.

Me quedé dormido.

Cuando te despiertas de un sueño profundo porque escuchas que algo se mueve o se agita, te puede tomar unos segundos el darte cuenta de lo que está sucediendo realmente. El velo del sueño se cierne sobre tus ojos y oídos, incluso cuando estás lúcido.

Algo se movía, no había ninguna duda al respecto.

Al principio no estaba seguro de lo que era. Todo estaba oscuro, casi completamente negro, pero entraba suficiente luz desde afuera como para distinguir los contornos del estrecho y sofocante cuarto. Dos pensamientos aparecieron en mi mente simultáneamente. El primero era que mis padres seguían en la cama, porque el resto de la casa estaba a oscuras y en silencio. El segundo pensamiento se concentró en el ruido. El ruido que obviamente me había despertado.

Mientras las últimas telarañas del sueño se desvanecían de mi mente, el ruido tomó una forma más familiar. A veces el más simple de los sonidos puede ser el más desconcertante: una brisa fría meciendo un árbol, los pasos de un vecino incómodamente cerca, o en este caso, el simple sonido de sábanas revolviéndose en la oscuridad.

Eso era, sábanas revolviéndose en la oscuridad como si un durmiente perturbado estuviera tratando de ponerse cómodo en la cama de abajo. Me quedé inmóvil, reteniendo el pensamiento de que el ruido era o mi imaginación, o tal vez sólo mi gato buscando en donde pasar la noche. Fue entonces cuando noté la puerta, cerrada como lo había estado antes de que me quedase dormido.

Quizá mi madre había venido a verme y el gato se había escabullido en mi habitación.

Sí, eso debió de haber sido. Me volví hacia la pared, cerrando los ojos con la vana esperanza de que pudiera volver a dormirme. Mientras conciliaba el sueño, el movimiento de debajo de mí cesó. Pensé que había espantado a mi gato, pero pronto me di cuenta de que el visitante en la cama de abajo era menos mundano que mi mascota tratando de dormir y mucho más siniestro.

Como si hubiera sido molestado, descontento por mi presencia, el durmiente perturbado comenzó a revolverse y girar violentamente, como un niño haciendo un berrinche en su cama. Podía oír las sábanas torcerse y girar con una ferocidad cada vez mayor. El miedo se apoderó de mí entonces, no en la misma manera sutil en que lo había experimentado un momento antes, sino que ahora era potente y sobrecogedor. Mi corazón se aceleró y mis ojos se dilataron, escudriñando la oscuridad, casi impenetrable.

Dejé escapar un grito.

Como la mayoría de los niños hacen, instintivamente llamé a mi madre. Podía escuchar pisadas desde el otro lado de la casa, pero en cuanto di un suspiro de alivio porque mis padres venían a salvarme, la litera de repente empezó a temblar violentamente como si estuviera siendo sacudida por un terremoto, chocando repetidamente contra la pared. No me atreví a saltar de la cama por temor de que la cosa de abajo se me acercara y me atrapara, llevándome hacia la oscuridad, así que me quedé allí, con los nudillos blancos atrayendo las sábanas hacia mí como un manto de protección. La espera me pareció una eternidad.

La puerta finalmente -y gracias a Dios- se abrió de golpe, dejándome inmóvil bajo la luz, mientras que la litera de abajo, el lugar de descanso de mi visitante no deseado, permanecía vacío y silencioso.

Yo lloraba y mi madre me consolaba. Lágrimas de miedo y luego de alivio corrían por mi cara. Sin embargo, a pesar de todo el horror, no le dije por qué estaba tan asustado. No puedo explicarlo, pero era como si supiera que lo que sea que hubiera estado en esa cama volvería al hablar de ello, o al pronunciar una sola sílaba acerca de su existencia. Si eso era así en verdad, no lo sé, pero cuando era niño sentí como si esa amenaza invisible se mantuviera cerca, escuchando.

Mi madre se acostó en la cama vacía, prometiéndome que estaría allí hasta la mañana. Eventualmente mi ansiedad se calmó, el cansancio me obligó a dormir de nuevo; pero permanecí inquieto, despertando continuamente con el sonido de sábanas revolviéndose.

Recuerdo que al día siguiente quería ir a cualquier parte, estar en cualquier parte, excepto en aquella habitación estrecha y sofocante. Era sábado y pasé la tarde jugando afuera muy contento con mis amigos. Aunque nuestra casa no era grande, tuvimos la suerte de tener un extenso jardín en la parte posterior. Jugábamos allí a menudo, pues gran parte se había dejado crecer y podíamos ocultarnos en los arbustos, escalar el enorme árbol de sicomoro que sobresalía por encima de todo, y fácilmente imaginar que estábamos en una aventura fantástica, en alguna tierra exótica salvaje.

Aunque todo era muy divertido, ocasionalmente dirigía mi mirada a esa pequeña ventana; ordinaria, delgada, inocua. En el exterior, el exuberante entorno verde de nuestro jardín acompañado de las caras sonrientes de mis amigos no pudo extinguir la sensación que recorría mi espina dorsal. La sensación de que había algo en esa habitación observándome jugar, esperando la noche cuando estuviera solo, entusiasmadamente lleno de odio.

Puede sonarles extraño, pero cuando mis padres me dejaron solo de nuevo en esa habitación por la noche, no dije nada. No protesté, ni siquiera inventé una excusa de por qué no podía dormir allí. Simplemente entré en la habitación disgustado, subí los pocos escalones hacia la cama de arriba y luego esperé. Ahora que soy adulto estoy contando a todos acerca de mi experiencia, pero incluso a esa edad me sentía casi tonto de hablar de algo para lo que en realidad no tenía evidencias. Estaría mintiendo, sin embargo, si digo que esa fue la razón principal; todavía sentía que esa cosa se enfurecería con que siquiera hablara de ello.

Es curioso cómo ciertas palabras pueden permanecer ocultas de tu mente, sin importar cuán flagrantes o evidentes sean. Una palabra me llegó esa segunda noche, cuando estaba acostado en la oscuridad solo, asustado, consciente del cambio en el ambiente; un engrosamiento del aire, como si algo más lo hubiera desplazado. Al escuchar los primeros movimientos ocasionales de la ropa de cama de abajo: el primer incremento ansioso en mi ritmo cardiaco. Esa palabra, una palabra que había enviado al exilio, se filtró a través de mi conciencia, liberándose de toda represión y tallándose a sí misma en mi mente.

«Fantasma».

En cuanto ese pensamiento vino a mí, me di cuenta de que mi visitante no deseado había dejado de moverse. Las sábanas de la cama yacían tranquilas y quietas; pero habían sido reemplazadas por algo mucho más aterrador. Una lenta, rítmica y áspera respiración escapaba de la cosa de abajo. Me podía imaginar su pecho subiendo y bajando con cada respiración sórdida, sibilante y confusa. Me estremecí, y deseé, más allá de toda esperanza, que se fuera sin incidentes.

Entonces algo inconfundiblemente escalofriante sucedió: se movió. Se movió de una manera diferente que la de antes. Cuando se agitaba en la cama parecía inmotivado, descontrolado, casi animal. Este movimiento, sin embargo, fue impulsado por la conciencia, con propósito, con un objetivo en mente. Pues esa cosa que yacía en la oscuridad, esa cosa que parecía estar decidida a aterrorizar a un niño, tranquilamente y con indiferencia, se sentó. Su dificultosa respiración se había vuelto más ruidosa ahora que sólo un colchón y unas cuantas tablillas delgadas de madera separaban mi cuerpo de ello.

Me quedé inmóvil, mis ojos se llenaron de lágrimas. Un miedo que las meras palabras no pueden expresar ni a ustedes ni a nadie corría por mis venas. Me imaginé cómo luciría esa cosa sentada ahí, escuchando desde debajo de mi colchón, esperando obtener la más mínima señal de que estaba despierto. La imaginación entonces se convirtió en una realidad desconcertante. Comenzó a tocar las tablillas de madera sobre las que mi colchón se sostenía. Parecía que las tocaba con cuidado, llevando lo que me imaginaba que eran dedos y manos a lo largo de la superficie de la madera.

Luego, con mucha fuerza, hizo presión entre dos tablillas, en el colchón. Incluso a través del relleno, se sintió como si alguien me hubiera metido violentamente sus dedos en mi costado. Dejé escapar un alarido, y la sibilante y temblorosa cosa en la cama de abajo respondió a ello haciendo vibrar la litera, como lo había hecho la noche anterior.

Una vez más fui bañado en luz, y allí estaba mi madre, amorosa, preocupándose por mí como siempre lo hacía, con un abrazo reconfortante y palabras tranquilizadoras que eventualmente atenuaron mi histeria. Por supuesto, ella me preguntó qué era lo que me pasaba, pero no pude decirle, no me atreví a decirle. Simplemente dije una palabra una y otra y otra vez.

«Pesadilla».

Este patrón de acontecimientos continuó durante semanas, quizá meses. Noche tras noche me despertaba con el sonido de las sábanas revolviéndose. Gritaba cada vez, para no darle a esa abominación tiempo para tocarme y «sentirme». Con cada grito la cama se sacudía violentamente, deteniéndose con la llegada de mi madre, quien pasaría el resto de la noche en la cama de abajo, aparentemente ignorante de la fuerza siniestra que torturaba a su hijo por las noches.

En varias ocasiones me las arreglé para fingir estar enfermo y pensé en otras razones no-del-todo-ciertas para dormir en la cama de mis padres, pero la mayoría de las veces estaba solo en ese lugar durante las primeras horas de cada noche.

Con el tiempo puedes desensibilizarte hacia casi cualquier cosa, sin importa cuán terrible sea. Me había llegado a dar cuenta de que, por la razón que fuera, esa cosa no podía hacerme daño cuando mi madre estaba presente. Estoy seguro de que lo mismo se aplicaría con mi padre, pero por más amoroso que él fuera, despertarlo de su sueño era casi imposible.

Después de unos meses me había acostumbrado a mi visitante nocturno. No confundan esto con una amistad sobrenatural, yo detestaba la cosa. Aún le temía sobremanera, ya que casi podía sentir sus deseos y su personalidad, si se le puede llamar así; una personalidad llena de un odio perverso y retorcido que me anhelaba, tal vez sobre todas las cosas.

Psicosis

19 agosto, 2013

Este quizás es el creepypasta más largo jamás publicado en el blog, disfruten.

Domingo.

No estoy seguro de por qué estoy escribiendo esto en papel y no en mi computadora. No es que no confíe en mi computadora… es sólo que… necesito organizar mis ideas. Poner todos los detalles en un lugar objetivo, un lugar donde sepa que lo que escribo no puede ser borrado o… cambiado… no es que haya pasado antes. Es mi memoria, enturbia las cosas, las revuelve.

Estoy comenzando a sentirme agobiado en este diminuto apartamento. Quizás ese es el problema. Sí, tenía que ir y escoger el apartamento más barato, el único que está en el sótano. La falta de ventanas hace que el día y la noche parezcan la misma cosa. No he salido en días porque he estado sumergido en este proyecto de programación, supongo que quería acabarlo de una buena vez. Horas de estar sentado delante de un monitor puede hacer que cualquiera se sienta extraño, lo sé, pero no creo que sea eso.

No estoy seguro de cuándo comencé a sentir que algo andaba raro. Ni siquiera puedo definir qué es. Probablemente porque no he hablado con nadie en un tiempo. Eso es lo primero que me inquietó. Todos con los que normalmente chateo mientras programo han estado ausentes, o simplemente desconectados. Mis mensajes no fueron respondidos. El último correo que recibí fue de un amigo diciéndome que charlaría conmigo cuando volviera de la tienda, y eso fue ayer. Le llamaría con mi celular, pero la señal aquí es terrible. Sí, eso es. Sólo necesito llamar a alguien. Voy a salir.



Bueno, eso no salió tan bien. Mientras la sensación de temor se desvanece, me siento un poco ridículo por haber estado asustado en absoluto. Me miré en el espejo antes de salir, pero no me afeité la barba de dos días que me ha crecido. Después de todo saldría tan sólo para hacer una corta llamada. Aunque sí me cambié de camisa, pues era hora de almorzar, y supuse que me encontraría al menos con una persona conocida. O al menos eso era lo que quería.

Cuando salía, ligeramente abrí la puerta de mi apartamento. Una sensación de aprehensión, de alguna forma se había introducido en mi cuerpo, por una razón desconocida. Se lo atribuí a no haber hablado con nadie más que yo por uno o dos días. Me asomé en el deslucido corredor, tan deslucido como el corredor de un sótano puede ser. Apenas iluminado por un trío de lámparas de neón que no dejan de chasquear, encendiéndose y apagándose en una agonía que al parecer durará mucho tiempo todavía. En un extremo, la gran puerta metálica que lleva a la sala principal del edificio. Estaba cerrada, por supuesto. Dos oxidadas máquinas expendedoras a su lado; compré un refresco de una de ellas mi primer día aquí, pero tenía pasada la fecha de caducidad desde hace dos años. Estoy bastante seguro que nadie más en el edificio sabe que estas máquinas están aquí abajo, o que a mi tacaña casera simplemente no le interesa reabastecerlas.

Deslicé mi puerta con suavidad, y caminé en dirección opuesta procurando no hacer sonido alguno. No tengo idea de por qué decidí hacer eso, pero era divertido rendirse al absurdo impulso de no perturbar el letárgico zumbido de las máquinas expendedoras, camuflarse con el rumor general del pasillo. Llegué al primer descanso de escaleras y subí hasta la puerta principal del edificio. Miré por la cuadrada ventanilla de la puerta, y para mi gran sorpresa, definitivamente no era hora de almuerzo. La penumbra de la noche envolvía las calles de la ciudad, y las luces de los automóviles que daban vuelta en la intersección iluminaban a la distancia como faroles. Nubes púrpuras y negras por el brillo de la ciudad colgaban inmóviles del firmamento. Nada se movía excepto por los pocos abedules de la acera meneados por el viento. Recuerdo temblar aunque no tenía frío. Quizá fue por el viento de afuera. Podía vagamente oírlo a través de la puerta, y sabía que era esa particular clase de viento de media noche, ese que es constante, frío y callado, salvo por la dulce melodía que sonaba cuando se abría paso entre las incontables hojas de los árboles.

Decidí no salir.

En su lugar, levanté mi celular a la altura de la ventanilla, y revisé el medidor de señal. Las barritas llenaron el medidor, y sonreí. “Es tiempo de escuchar la voz de alguien más”, recuerdo que pensé, aliviado. Era algo tan extraño, el tenerle miedo a la nada. Negué con mi cabeza riéndome de mi mismo en silencio. Marqué el número de mi mejor amiga Amanda y acerqué el teléfono a mi oreja. Sonó una vez… y entonces paró. Nada pasó. Escuché el silencio por unos buenos veinte segundos, y colgaron. Fruncí el seño y miré al medidor de señal; todavía lleno. Estaba marcando su número de nuevo cuando el teléfono sonó en mi mano, asustándome. Lo pasé a mi oreja.

“¿Bueno?”, pregunté, reteniendo el ligero shock de oír hablar la primera voz en días, aún si se tratase de la mía. Estaba tan acostumbrado a los regulares sonidos del edificio, de mi computador y el de las máquinas expendedoras en el corredor. No hubo ninguna respuesta a mi saludo en un principio, pero luego, finalmente se escuchó una voz.

¿Qué hay?”, dijo claramente la voz de un joven, al otro lado de la línea. “¿Quién habla?”

“Juan”, le respondí, confundido.

“Ah, perdón, número equivocado”, contestó, y colgó.

Bajé el celular lentamente y recargué mi cuerpo contra la pared. Eso fue extraño. Revisé en mi registro de llamadas, el número era desconocido. Antes de que pudiera meditar sobre ello, el celular sonó de nuevo, asombrándome una vez más. Está vez miré el número antes de contestar. También era desconocido. Coloqué el aparato junto a mi oído, pero permanecí en silencio. Todo lo que escuché fue el usual sonido de fondo de un celular. Entonces, una voz familiar acabó con mi tensión.

“¿Juan?”, fue la única palabra, en voz de Amanda.

Suspiré aliviado.

“Hey, eres tú”, contesté.

“¿Quién más iba a…? Ah, el número. Estoy en una fiesta en la Séptima Avenida, y mi teléfono murió justo cuando me llamaste. Éste es el teléfono de alguien más, naturalmente”.

“Ah, bueno”, le dije.

“¿Dónde estás?”, preguntó.

Paseé los ojos por lo muros y su pintura descarapelada, la pesada puerta de metal que tenía al frente, con su pequeña ventilla.

“En mi departamento”, suspiré. “Sólo me sentía un poco encerrado. No sabía que era tan tarde”.

“Deberías venir aquí”, me dijo, riendo.

“Nah, no estoy de humor para ir a caminar solo a estas horas”, dije, mirando por la ventanilla a la silenciosa y airosa calle que secretamente me causaba un poco de temor. “Creo que mejor voy a seguir trabajando o tal vez me vaya a dormir”.

“¡Tonterías!”, contestó. “¡Puedo ir a traerte! ¿Tu departamento queda cerca de aquí, cierto?”

“¿Que tan borracha estás?”, le pregunté divertido. “Tú sabes dónde vivo”.

“Ah, claro. ¿Supongo que puedo llegar allí caminando, no?”

“Podrías, si quisieras desperdiciar media hora”.

“Cierto”, contestó. “Bueno, me tengo que ir, ¡suerte con tu trabajo!”



Bajé el teléfono de nuevo, viendo a los números parpadear en la pantalla mientras la llamada finalizaba. El inquieto zumbido de las máquinas se reprodujo en mis oídos. Las dos llamadas extrañas y la vista a esa tétrica calle terminaron por encarrilarme de nuevo a mi soledad en esta sala vacía. Tal vez por haber visto tantas películas de terror, tuve la súbita idea de que algo inexplicable podría asomarse por la ventanilla de la puerta y verme, alguna clase de horrible entidad que se pasa orbitando en el borde de la soledad, esperando el momento para arrastrarse hasta algún ser humano que se ha alejado demasiado de los de su clase. Sabía que el miedo era irracional, pero no había nadie cerca, así que… bajé las escaleras, corriendo por el pasillo hasta mi cuarto, cerrando la puerta tras de mí lo más rápido que pude, procurando permanecer callado. Como dije, me siento un poco ridículo por haber estado asustado de nada, y el temor ya se ha desvanecido. Escribir esto me ayuda mucho, me hace darme cuenta de que nada anda mal. Filtra mis pensamientos incompletos y miedos, dejando sólo hechos concretos y objetivos. Es tarde, recibí una llamada de un número equivocado, y al teléfono de Amanda se le agotó la carga, así que llamó de vuelta con otro teléfono. Nada extraño está pasando.

Aun así, hubo algo inusual en esa conversación. Sé que pudo haber sido por el alcohol que había tomado… ¿O fue ella a quién sentí extraña? O fue… sí, ¡eso es! No me di cuenta hasta ahora, hasta que lo escribí. Sabía que hacer esto ayudaría. Ella dijo que estaba en una fiesta, ¡pero lo único que escuché en el fondo fue silencio! Claro, eso no significa nada en particular, pues ella pudo haber salido a tomar la llamada. No… eso tampoco pudo ser. ¡No escuché el rumor del viento! ¡Necesito ir a ver si el viento está soplando!

Lunes.

Olvidé terminar de escribir anoche. No sé qué esperaba ver cuando corrí por la escalera y asomé el rostro por la ventanilla. Me siento ridículo. El miedo de anoche me parece vago e irracional ahora. No puedo esperar para salir y ver la luz del día. Voy a revisar mi correo, afeitarme, darme un baño, ¡y finalmente salir de aquí! Un momento… Creo que escuché algo.


Era un trueno. Todo eso sobre la luz del día y el aire fresco no pasó. Subí por los escalones, sólo para enfrentar la decepción. El cristal en la puerta principal era sacudido por la lluvia torrencial que se desataba afuera. Sólo una muy gris, débil luz se filtraba desde las nubes en lo alto y llegaba hasta aquí; pero al menos sabía que era de día, incluso si era un decaído y húmedo día. Intenté quedarme a esperar que un relámpago iluminase la escena, pero la lluvia era muy fuerte y no pude visualizar nada más que indistinguibles siluetas paseándose por los extraños ángulos de la corriente bañando la ventanilla. Decepcionado, me di la vuelta, pero no quería volver a mi cuarto. En su lugar, deambulé por las escaleras, al primer piso, al segundo. Terminé en el tercer piso, el más alto del edifico. Miré a través del vidrio que había a un lado de las escaleras, en la pared que conectaba a las habitaciones; pero era de esos cristales gruesos y nebulosos que bloquean la luz. No es que hubiera mucho que ver en la lluvia después de todo.

Me paseé por el pasillo alfombrado. Las diez o más puertas de madera, pintadas de azul hace mucho tiempo, estaban todas cerradas. Escuché atentamente mientras caminaba, pero ya era medio día, así que no me sorprendió no oír nada más que el sonido de la lluvia afuera. Mientras permanecí allí parado, en ese turbio lugar, tuve la extraña y fugaz impresión de que las puertas estaban cimentadas como silenciosos monolitos de granito esculpidos por una antigua y olvidada civilización con un insondable propósito guardián. Cayó un relámpago que iluminó el pasillo, y pude haber jurado que, sólo por un momento, las viejas y roídas puertas azules se vieron justo como roca áspera. Me reí de mí mismo por dejar que mi imaginación me engañara de ese modo, pero entonces se me ocurrió que el resplandor de ese rayo debía significar que había ventanas en algún lugar del pasillo. Un recuerdo distante me llegó, y de inmediato recordé que el tercer piso tiene una alcoba con una ventana justo a la mitad del corredor.

Emocionado por mirar la ciudad desde arriba, en medio de la lluvia e incluso quizá, ver a otra persona, caminé velozmente hacia la alcoba, encontrando la larga y delgada ventana. La lluvia la había lavado, al igual que la ventanilla de la puerta principal, pero esta no pude abrirla. Extendí mi mano a la manilla para hacerlo, pero dudé. Tenía la más extraña sensación de que si la abría, vería algo completamente terrible del otro lado. Todo ha estado tan raro últimamente… Así que ingenié un plan, y volví aquí para llevar lo que necesitaba. No pienso realmente que lograré algo con ello, pero estoy aburrido, llueve, y me estoy volviendo loco de remate. Regresé a traer mi cámara web. De ninguna forma el cable alcanzaría llegar hasta el tercer piso, por lo que, en su lugar, voy a ocultarla entre las dos máquinas expendedoras en el oscuro extremo del sótano, pasar el cable por debajo de mi puerta, y poner cinta de aislar sobre ella para camuflarla con la tira de plástico negra que decora la base de las paredes del corredor. Sé que es tonto, pero no tengo nada mejor que hacer…

Bueno, nada pasó. Dejé abierta la puerta de mi apartamento, me llené de coraje, fui hasta la puerta metálica, la abrí y corrí como alma que lleva el diablo de nuevo a mi cuarto y azoté la puerta. Miré por la cámara web de mi computadora atento, viendo en la transmisión el pasillo afuera de aquí y una parte de las escaleras. Sigo observando la webcam en este momento, y no aparece nada interesante. Desearía que el ángulo de la cámara fuera distinto, que pudiera ver al menos una parte de la puerta. ¡Hey! ¡Alguien se conectó!

El Tulpa

06 agosto, 2013



El año pasado, participé durante seis meses en algo que me dijeron era un experimento psicológico. Encontré un anuncio en el periódico local donde solicitaban personas con imaginación que estuvieran dispuestas a ganar una buena suma de dinero, y como era el único anuncio de esa semana para el que estaba remotamente calificado, les llamé y concerté una entrevista.

Me dijeron que todo lo que tenía  que hacer era quedarme en una habitación, solo, con sensores conectados a mi cabeza para leer mi actividad cerebral, y que mientras estuviera allí, podría visualizar un doble de mí mismo. Lo llamaban mi “tulpa”.

Parecía demasiado fácil y acepté en cuanto me dijeron cuánto me pagarían, así que comencé al día siguiente. Me llevaron a una habitación sencilla y me dieron una cama, luego pusieron los sensores en mi cabeza y los conectaron a una pequeña caja negra que estaba en una mesa junto a mí. Me hablaron de nuevo sobre el proceso de visualizar a mi doble y me explicaron que si me mostraba aburrido o inquieto, en vez de moverme por la habitación, debería visualizar a mi doble moviéndose por el cuarto o tratando de interactuar conmigo y cosas así. La idea era mantenerlo todo el tiempo conmigo mientras estaba en la habitación.

Tuve problemas con eso los primeros días, necesitaba mucho más control que cualquier tipo de fantasía que hubiera tenido antes. Podía imaginarme a mi doble por unos minutos y luego me distraía, pero al cuarto día,  pude materializarlo por seis horas enteras. Me dijeron que lo estaba haciendo muy bien.

La segunda semana me dieron un cuarto distinto, con bocinas montadas en las paredes. Me dijeron que lo que querían ver era si podía mantener al tulpa conmigo a pesar de los estímulos distractores. La música era tan disonante, fea e inquietante que hizo el proceso mucho más difícil, sin embargo, logré manejarlo sin problemas. A la semana siguiente tocaron música mucho más desesperante, acentuada con chillidos y bucles de ruido que me recordaron a un viejo módem conectándose, así como voces guturales hablando en algún idioma extranjero. Sólo me reí de la prueba, pues ya era un experto para ese entonces.

Después de un mes aproximadamente, me empecé a aburrir. Para animar un poco las cosas, comencé a interactuar con mi doppleganger. Conversábamos o jugábamos ‘piedra, papel o tijera’, o lo imaginaba haciendo malabares o bailando break dance, o lo que me diera la gana. Pregunté a los investigadores si mis tonterías podrían afectar negativamente a su estudio, pero ellos me animaron a seguir a delante.

Así que jugamos, nos comunicamos y fue divertido por un tiempo, pero luego se puso un poco raro. Le hablaba sobre mi primera cita, cuando él me corrigió. Le había dicho que la chica estaba usando un top amarillo y él contestó que era verde. Lo pensé por un segundo y me di cuenta de que tenía razón. Eso me asustó y le conté a los investigadores sobre el incidente. “Estás usando la forma difícil de acceder a tu subconsciente” me explicaron. “De algún modo sabías que estabas equivocado y subconscientemente te corregiste a ti mismo”.

Lo que había sido espeluznante de repente se volvió genial. ¡Estaba hablándole a mi subconsciente! Me tomó algo de práctica, pero descubrí que podía hacerle preguntas a mi tulpa sobre todo tipo de recuerdos. Podía hacerlo recitar de memoria páginas completas de libros que leí muchos años atrás o cosas que había pensado e inmediatamente olvidado en la preparatoria. Era asombroso.

Fue en ese momento que empecé a “convocar” a mi doble fuera del centro de investigación. Al principio no tan a menudo, pero estaba tan acostumbrado a visualizarlo que me parecía extraño no tenerlo a mi lado. Así que cuando estaba aburrido, podía ver a mi doble y esto comenzaba a suceder cada vez con más frecuencia. Era sorprendente llevarlo por ahí como si fuera un amigo imaginario,  cuando salía con mis amigos o visitaba a mi madre, incluso una vez lo llevé a una cita. No necesitaba hablarle en voz alta, así que podía comunicarme con él sin que nadie se diera cuenta.

Sé que puede sonar extraño, pero era divertido. No sólo era un depósito de todo lo que sabía y todo lo que había olvidado, sino que parecía estar más en contacto conmigo de lo que yo mismo estaba algunas veces. Él tenía una comprensión extraordinaria del leguaje corporal, por ejemplo, yo pensaba que la cita a la que lo había llevado estaba saliendo bastante mal, pero él mencionó lo mucho que la chica se había reído de mis chistes y se inclinaba hacia mí cuando hablaba, así como un montón de pistas sutiles que no era consciente de haber captado. Le hice caso y digamos que la cita terminó bastante bien.

En ese momento, llevaba cuatro meses en el centro de investigación y él estaba conmigo constantemente. Los investigadores se acercaron un día después de mi cambio radical y me preguntaron si había dejado de visualizarlo. Lo negué y ellos parecían complacidos. Pregunté en silencio a mi doble si él sabía lo que había disparado aquella pregunta, pero el sólo se rió… y yo también.

Me desconecté un poco del mundo en ese momento. Tenía problemas para relacionarme con la gente, me parecían demasiado confusos e inseguros de sí mismos, mientras yo tenía una manifestación de mi persona en la que podía confiar. Eso hizo que la socialización se volviera vergonzosa. Nadie más parecía estar al tanto de las razones detrás de sus actos, por qué algunas cosas los hacían enojar y otras los hacían reír. No sabían qué los movía, pero yo sí, o al menos, podía preguntármelo a mí mismo y obtener una respuesta.

Un amigo me confrontó una tarde, golpeó la puerta hasta que la abrí y entró echando pestes y haciendo juramentos. “¡No has contestado ni una sola de mis llamadas en semanas, imbécil!” me gritó. “¿Cuál es tu puto problema?”.

Estaba a punto de disculparme con él y probablemente invitarlo a irnos de juerga esa noche, pero mi tulpa saltó de repente, furioso. “Golpéalo”, me dijo, y antes de que supiera lo que estaba haciendo, ya había soltado el golpe. Escuché cómo se rompió su nariz, él cayó al piso y se levantó tambaleándose. Nos golpeamos el uno al otro por todo mi apartamento.

Estaba más furioso de lo que había estado en toda mi vida y no tuve piedad. Pude noquearlo y le di dos patadas salvajes en las costillas, y fue entonces cuando huyó, encorvándose y sollozando.

La policía llegó unos minutos más tarde, pero les dije que él había comenzado la pelea, y como no estaba allí para refutarme, me dejaron ir bajo advertencia. Mi tulpa sonreía todo el tiempo y pasamos toda la noche jactándonos de mi victoria y haciendo burla de la forma en que le había dado una paliza a mi amigo.

No fue hasta la mañana siguiente, cuando revisaba en el espejo mi ojo morado y el corte en el labio cuando recordé lo que me había hecho explotar.  Mi doble era el que estaba furioso, no yo. Me habría sentido culpable y un poco avergonzado, pero él me sonsacó para iniciar una pelea con un amigo preocupado. Él estaba presente, por supuesto, y conocía mis pensamientos. “Ya no lo necesitas, tú no necesitas a nadie”, me dijo, y sentí cómo mi piel comenzaba a estremecerse.

Le expliqué esto a los investigadores que me contrataron, pero ellos sólo se rieron. “No puedes estar asustado de algo que estás imaginando”, me dijo uno de ellos. Mi doble se paró junto a él y asintió con la cabeza, luego me sonrió.

Traté de creerme sus palabras, pero los días siguientes, me puse cada vez más ansioso con respecto a mi tulpa y él parecía estar cambiando también. Se veía más alto y más amenazante, sus ojos chispeaban con malicia y veía maldad en su sonrisa constante. Decidí que ningún trabajo valía tanto como para perder la cabeza. Si él estaba fuera de control, lo iba a calmar. Estaba tan acostumbrado a él que visualizarlo era ya un proceso automático, así que intenté deshacerme de él de una vez por todas. Me tomó algunos días, pero estaba comenzando a funcionar, podía olvidarlo por horas, pero cada vez que volvía se veía peor. Su piel se volvió ceniza, sus dientes más puntiagudos, siseaba, amenazaba y juraba. La música disonante que había escuchado por meses parecía acompañarlo a todas partes, incluso cuando estaba en casa. Intentaba relajarme y olvidar que estaba concentrándome en no verlo, cuando aparecía él con ese ruido aullante.

Seguía visitando el centro de investigación y pasaba mis seis horas allí. Necesitaba el dinero y pensé que no se darían cuenta de que no estaba visualizando a mi tulpa activamente. Me equivoqué, después de alrededor de cinco meses y  medio, dos hombres me agarraron sorpresivamente y me arrastraron, mientras alguien en bata de laboratorio clavaba una aguja hipodérmica en mi brazo.


Un relato de Internet (Internet Story)

05 agosto, 2013



Esta historia lleva circulando algún tiempo en diversos blogs y foros.

En 2005, un bloguero anónimo, identificado sólo por el sobrenombre de Al1 abrió un blog en el dominio AngelFire donde invitaba al público en general a participar en una búsqueda para encontrar 9,000 libras esterlinas que había enterrado en algún punto del Reino Unido.

El desafío constaba de una serie de pistas que irían apareciendo de una en una. La primera pista consistía en una historieta dibujada a mano, y de acuerdo con Al1, en estos dibujos estaba la clave para encontrar la segunda pista. Algunas personas, movidas por la curiosidad, comenzaron a seguir el juego de Al1 e intentaron llegar a la segunda pista sin éxito.

El reto habría quedado en el olvido de no ser porque semanas más tarde, un usuario de YouTube que se hacía llamar Fortress, comenzó a indagar el significado de las pistas y a subir a su canal sus primeros hallazgos. Por lo que sabemos, Fortress pudo o no completar el reto y reclamar el efectivo.

En este video, se relata la travesía de Fortress y algunas de las teorías sobre el enigma detrás del misterioso reto de Al1.






Señor Bocón

15 mayo, 2013


Durante mi infancia, mi familia era como una gota de agua en un río inmenso, nunca permanecía demasiado tiempo en el mismo lugar. Llegamos a Rhode Island cuando tenía ocho años y permanecimos allí hasta que me fui a la universidad en Colorado Springs. La mayoría de mis recuerdos están arraigados en Rhode Island, pero hay algunos fragmentos en el sótano de mi cerebro que pertenecen a los muchos lugares donde vivimos cuando era más pequeño.

Muchos de esos recuerdos son borrosos y disparatados (en uno persigo a otro niño en el jardín de una casa en North Carolina, en otro trato de de construir una balsa para cruzar el arroyo cerca de un apartamento que rentábamos en Pennsylvania, y muchos más). Pero hay uno en especial que permanece tan claro como el agua, como si hubiera sido ayer. A veces pienso que esos recuerdos son simples alucinaciones provocadas por la larga convalecencia que experimenté esa primavera, pero mi corazón sabe que son reales.

Vivíamos en una casa a las afueras de la ajetreada metrópolis de New Vineyard, una ciudad de Maine con una población de 634 habitantes. Era un gran edificio, especialmente para una familia de tres. Hubo algunas habitaciones que nunca llegué a ver durante los cinco meses que vivimos allí. En cierto modo, era un desperdicio de espacio, pero era la única casa disponible de la zona que estaba a menos de una hora de camino del trabajo de mi padre.

Un día antes de mi cumpleaños número cinco (al cual sólo iban a asistir mis padres) caí enfermo de fiebre. El doctor me diagnosticó Mononucleosis, lo cual significaba mucha fiebre y nada de jugar afuera durante al menos tres semanas. Era horrible estar postrado en la cama con mi cuarto vacío y todas mis cosas empacadas en cajas. Estábamos en proceso de mudarnos a Pennsylvania y mis padres habían comenzado a empacar todo. Mi mamá me llevaba Ginger Ale* y varios libros al día, que constituirían mi única forma de entretenimiento durante las siguientes semanas. El aburrimiento estaba a la vuelta de la esquina, esperando asomar su fea cabezota y agravar mi desolación.

No recuerdo exactamente cómo conocí al Señor Bocón. Creo que fue una semana después de haber sido diagnosticado con Mono. Lo primero que recuerdo de la pequeña criatura fue que le pregunté si tenía un nombre. Me dijo que lo llamara Señor Bocón, porque su boca era enorme, de hecho, todo en él era enorme en comparación con su cuerpo (su cabeza, sus ojos y sus torcidas orejas) pero su boca se llevaba el premio.
-Te pareces mucho a un Furby-  le dije mientras él hojeaba uno de mis libros.

El Señor Bocón cerró el libro me miró.  –¿Furby? ¿Qué es un Furby?- me preguntó.
-Ya sabes… el juguete. El robotcito con las orejotas. Puedes acariciarlo y alimentarlo, casi como a una mascota de verdad- le dije alzando los hombros.

-¡Oh!- El Señor Bocón siguió pasando las hojas. –Tú no necesitas uno de esos. No son como tener un amigo de verdad.-

Recuerdo que el Señor Bocón desaparecía cada vez que mi mamá iba a verme. -Me escondo bajo tu cama- me explicó después. –No quiero que tus papás me vean porque tengo miedo de que no nos dejen jugar nunca más.-

No hicimos mucho durante algunos días. El Señor Bocón veía mis libros, fascinado por las historias y las imágenes que contenían. La tercera o cuarta mañana después de conocerlo, me agradeció con una gran sonrisa en su cara. –Tengo un juego nuevo que podemos jugar- dijo –Debemos esperar hasta que tu mamá venga a revisarte y se vaya, porque no puede vernos jugar. Es un juego secreto.-

Una vez que mi mamá dejó más libros y refresco a la hora de siempre, el Señor Bocón se deslizo por debajo de la cama y tomó mi mano. –Tenemos que ir al cuarto que está al final de este pasillo- dijo. Al principio me negué, porque mis padres me habían negado salir de mi habitación sin permiso, pero el Señor Bocón insistió hasta que cedí.

El cuarto en cuestión no tenía muebles ni pintura. La única característica distinguible era una ventana justo frente a la puerta. El Señor Bocón cruzó la habitación y le dio a la venta un fuerte empujón para abrirla. Luego me llamó y me dijo que me asomara para ver el terreno que estaba debajo.

Estábamos en la segunda planta de la casa, pero como ésta estaba construida sobre una colina, desde ese ángulo la caída se veía mucho más pronunciada. –Cuando me paro aquí- explicó el Señor Bocón –me gusta imaginar que hay un gran trampolín bajo la ventana… y salto. Si lo imaginas con todas tus fuerzas puedes rebotar hasta acá y caer como una pluma. Quiero que lo intentes.-

Yo era tan sólo un niño de cinco años con fiebre, así que sólo una pizca de escepticismo cruzó por mi mente cuando miré hacia abajo y consideré la posibilidad. –Está muy alto- le dije.

-Pero esa es la parte divertida. No sería divertido si fuera una caída corta. Para eso podrías brincar en un trampolín común y corriente.-

Jugué con la idea, me vi a mi mismo en caída libre y rebotando hacía la habitación de nuevo a través de la ventana, algo nunca antes visto por el ojo humano. Pero la parte realista (y enferma) de mí prevaleció. –Creo que mejor en otra ocasión- le dije –no sé si pueda imaginarlo con suficiente fuerza, podría lastimarme.-
La cara del Señor Bocón se contorsionó, pero sólo por un momento. La furia dio paso a la decepción –Si tú lo dices- me contestó. Pasó el resto del día bajo mi cama, tan callado como un ratón.

A la mañana siguiente, el Señor Bocón llegó sosteniendo una cajita. –Quiero enseñarte a hacer malabares- dijo –Aquí hay algunas cosas que puedes usar para practicar, antes de que te enseñe cómo hacerlo.-
Eché una mirada a la caja, estaba llena de cuchillos. – ¡Mis padres me matarán!- le dije muy asustado, pues el Señor Bocón había llevado cuchillos a mi habitación (objetos que mis padres nunca me permitirían tocar). – ¡Me van a golpear o peor, a castigar por un año!-

El Señor Bocón frunció el ceño. –Es divertido jugar con ellos, quiero que lo intentes.-

Hice la caja a un lado. –No puedo, me meteré en problemas, los cuchillos no son para lanzarlos al aire.-

El Señor Bocón frunció el ceño tanto como pudo. Tomó la caja de cuchillos y se metió bajo mi cama, quedándose allí el resto del día. Me comenzaba a preguntar cuánto tiempo pasaría debajo de mí.



La Trampa

19 marzo, 2013


Al terminar la Segunda Guerra Mundial, los habitantes de la ciudad de Berlín, en Alemania, tenían muy poco dinero, los recursos escaseaban y todos parecían estar hambrientos.  En aquellos días, la siguiente historia se volvió muy popular entre la gente:

Una joven se encontró con un ciego en medio de la multitud y por casualidad entabló conversación con él. Después de varios minutos, el hombre le pidió un favor: entregar una carta al destinatario escrito en el sobre.
Como la dirección de la carta estaba de camino a su casa, la chica aceptó. 

Parpadeó un segundo, y cuando se dio la vuelta para preguntar al ciego si había algo más que ella pudiera hacer por él; vio al hombre abriéndose paso entre la multitud muy aprisa, dejando atrás los lentes oscuros y el bastón. Esto la hizo sospechar de la situación, por lo que decidió acudir a la policía.

Cuando las autoridades localizaron la dirección escrita en el sobre, descubrieron un hecho grotesco. Tres carniceros habían estado despachando carne humana y vendiéndola a los berlineses hambrientos.

¿Y qué había en el sobre que el ciego le dio a la joven?

Simplemente una nota que decía: “esta es la última que te envío hoy”.